lunes, 15 de diciembre de 2008

Un Padre Nuestro latinoamericano

Padre nuestro que estás en los cielos
con las golondrinas y los misiles,
quiero que vuelvas antes de que olvides
cómo se llega al sur de Río Grande.

Padre nuestro que estás en el exilio
casi nunca te acuerdas de los míos,
de todos modos dondequiera que estés
santificado sea tu nombre
no quienes santifican en tu nombre
cerrando un ojo para no ver las uñas
sucias de la miseria.

En agosto de mil novecientos sesenta
ya no sirve pedirte
venga a nos tu reino,
porque tu reino también está aquí abajo
metido en los rencores y en el miedo
en las vacilaciones y en la mugre,
en la desilusión y en la modorra
en esta ansia de verte pese a todo
cuando hablaste del rico,
la aguja y el camello
y te votamos todos
por unanimidad para la Gloria.

También alzó su mano el indio silencioso
que te respetaba pero se resistía
a pensar 'hágase tu voluntad',
sin embargo una vez cada tanto
tu voluntad se mezcla con la mía
la domina, la enciende, la duplica
más arduo es conocer cuál es mi voluntad
cuándo creo de veras lo que digo creer
así en tu omniprescencia como en mi soledad
así en la tierra como en el cielo
siempre estaré más seguro de la tierra que piso
que del cielo intratable que me ignora
pero quién sabe
no voy a decidir que tu poder se haga
o se deshaga tu voluntad,
igual se está haciendo en el viento
en el Ande de nieve
en el pájaro que fecunda a la pájara
en los cancilleres que murmullan "yes, sir"
en cada mano que se convierte en puño
claro no estoy seguro si me gusta el estilo
que tu voluntad elige para hacerse,
lo digo con irreverencia y gratitud
dos emblemas que pronto serán la misma cosa
lo digo sobre todo pensando en el pan nuestro
de cada día y de cada pedacito de día,
ayer nos lo quitaste
dánoslo hoy
o al menos el derecho de darnos nuestro pan,
no sólo el que era símbolo de Algo sino el de miga y cáscara
el pan nuestro
ya que nos queda pocas esperanzas y deudas.

Perdónanos si puedes nuestras deudas
pero no nos perdones la esperanza,
no nos perdones nunca nuestros créditos
a más tardar mañana
saldremos a cobrar a los fallutos
tangibles y sonrientes forajidos,
a los que tienen garras para el arpa
y un panamericano temblor con que se enjugan
la última escupida que cuelga de su rostro.

Poco importa que nuestros acreedores perdonen
así como nosotros
una vez por error
perdonamos a nuestros deudores,
todavía nos deben como un siglo de insomnios y garrote
como tres mil kilómetros de injurias
como veinte medallas a Somoza
como una sola Guatemala muerta.

No nos dejes caer en la tentación
de olvidar o vender este pasado
o arrendar una sola hectárea de su olvido
ahora que es la hora de saber quiénes somos
y han de cruzar el río,
el dólar y su amor contrarrembolso,
arráncanos del alma el último mendigo
y líbranos de todo mal de conciencia
amén.

Hace algunos años ya, tuve la suerte de leer esta joya de M. Benedetti, siendo uno de los textos que quedan imborrables en mi memoria. Nuevamente el deber y la necesidad de compartirlo en este blog.
Que esta madrugada les sea ininterrumpida para quienes ya lograron conciliar el sueño y un tanto más larga para quienes tan solo nos dedicamos a escribir y que a veces también sentimos la necesidad de conciliar en algo el sueño. Buena madrugada tengan todos. Hasta pronto.

El otro yo (M. Benedetti - 1981)

"Se trataba de un muchacho corriente: en los pantalones se le formaban rodilleras, leía historietas, hacía ruido cuando comía, se metía los dedos a la nariz, roncaba en la siesta, se llamaba Armando Corriente en todo menos en una cosa: tenía Otro Yo.
El Otro Yo usaba cierta poesía en la mirada, se enamoraba de las actrices, mentía cautelosamente, se emocionaba en los atardeceres. Al muchacho le preocupaba mucho su Otro Yo y le hacía sentirse incómodo frente a sus amigos. Por otra parte el Otro Yo era melancólico, y debido a ello, Armando no podía ser tan vulgar como era su deseo.
Una tarde Armando llegó cansado del trabajo, se quitó los zapatos, movió lentamente los dedos de los pies y encendió la radio. En la radio estaba Mozart, pero el muchacho se durmió. Cuando despertó el Otro Yo lloraba con desconsuelo. En el primer momento, el muchacho no supo que hacer, pero después se rehizo e insultó concienzudamente al Otro Yo. Este no dijo nada, pero a la mañana siguiente se había suicidado.
Al principio la muerte del Otro Yo fue un rudo golpe para el pobre Armando, pero enseguida pensó que ahora sí podría ser enteramente vulgar. Ese pensamiento lo reconfortó.
Sólo llevaba cinco días de luto, cuando salió la calle con el propósito de lucir su nueva y completa vulgaridad. Desde lejos vio que se acercaban sus amigos. Eso le llenó de felicidad e inmediatamente estalló en risotadas. Sin embargo, cuando pasaron junto a él, ellos no notaron su presencia. Para peor de males, el muchacho alcanzó a escuchar que comentaban: “Pobre Armando. Y pensar que parecía tan fuerte y saludable”.
El muchacho no tuvo más remedio que dejar de reír y, al mismo tiempo, sintió a la altura del esternón un ahogo que se parecía bastante a la nostalgia. Pero no pudo sentir auténtica melancolía, porque toda la melancolía se la había llevado el Otro Yo".


Otra joyita de los cuentos de Benedetti, uno de mis autores favoritos, q' encontré por ahí, navegando entre sus tantas historias. Mi "yo" real y creo q' único (no siento tener otro) sintió el deber de no quedarse a solas con él y compartirlo. Espero haya sido de su agrado.